La partitocracia española es ya un monumental desastre, un fiasco superlativo. Si este país tuviera grandeza moral de miras tomaría las calles y plazas exigiendo la vuelta al pasado, una doble patada al culo de Bruselas, un retorno a la peseta, una reversión de la fracasada aventura partitocrática…
Todos se hacen lenguas de la crisis, del fracaso social, económico y moral de la nación española, de cómo todo está hecho un auténtico asco, pero pocos se atienen al diagnóstico certero de la enfermedad. No se puede reedificar el Estado sobre sus mismos putrefactos cimientos. No se puede tomar en serio las medidas anticrisis, ni aceptar los recortes contra las clases medias, si la casta política sigue sin hincarle el diente a la causa principal de nuestra pandemonium financiero: el sostenimiento de una estructura administrativa que consiste en conceder a un puñado de gobiernitos autonómicos el usufructo de miles de millones de euros, sin ninguna ventaja para los ciudadanos.
La casta política pone el veto a cualquier debate o discusión sobre el tema autonómico. En el fondo no quieren admitir su fracaso, lo que invalida la seriedad de sus propuestas económicas. Tan canallesco como si el padre de familia negara a su prole el pan y la sal para gastárselo él en putas una vez a la semana.
Si habían pocas razones para la indignación, el exabrupto de una diputada del PP mandando de jodienda a los mismos españoles a los que su partido está condenando al hambre, a costa de mantener los privilegios de la casta, se ha convertido en el acontecimiento periodístico más sonoro y apabullante del largo y cálido verano español. Nunca el poder democrático en España había recibido acusaciones tan contundentes. Por si fuera poco, el presidente de la CEOE viene ahora a decirnos lo que algunos venimos denunciado desde hace años y padeciendo por ello las peores acusaciones: la inmigración ha sido fuente de pobreza para los españoles y cauce para absolutamente ninguna solución para España.
El cabreo de los españoles con la casta parasitaria es clamoroso. Se engañan quienes piensen que éste es un problema partidista. El fracaso es de todos los que a contrapunto de la tradición, de la historia y del sentido común, se obstinaron en sacar adelante el engendro constitucional. Nunca España fue tan poco soberana para tomar sus propias decisiones. Nunca España fue víctima de tantos abusos y robos. Nunca España estuvo gobernada por gente tan traidora y abyecta. Qué tiempos aquellos en los que éste era un país libre y decente, que tomaba sus propias decisiones sin consultar a las instancias europeas, donde los poderes del Estado estaban al servicio de los españoles, donde había paz, progreso social, grandeza espiritual, bienestar en las familias, orden en las calles y hasta la peseta se estiraba tanto que nos daba para casi todo.
Luego está el lado cómico. En medio de tantas desgracias como se han amontonado en pocos años, sin contar las que vienen arrastradas desde 1975, los políticos continúan su tarea depredadora con manifiesta impasibilidad. Si viniesen los marcianos, también seguirían haciendo lo mismo. Uno los ve y se asombra cada día más de que no tengan frío ni calor, de que nunca les duela nada.
Nos están islamizando el país y siguen como si no fuera con ellos. Los barrios más humildes van camino de albanokosovorizarse y ellos continúan ajenos al drama en sus urbanizaciones de lujo, rodeados de seguridad privada y de chachas extranjeras. Han condenado a las clases media al hambre, a la inseguridad y al ostracismo económico y ellos siguen con sus privilegios fiscales, sus dietas millonarias, sus megasubvenciones y sus corrupciones. No sé cómo se llama ese mal. Han perdido el reflejo del dolor, el reflejo del ¿qué pasa? Desde el rey hasta el último de los consejeros autonómicos, se han hecho acreedores de nuestro odio y de nuestro desprecio.
Espero que los españoles aparquen rencillas partidarias y se den cuenta de que, ni desde el poder ni desde la oposición, no se reacciona contra este caos. Tampoco desde el Ejército. Un número considerable de nuestros soldados han permanecido agallinados todos estos años. Claudicaron y se amorrongaron sin hacer una sóla objeción. Perdieron la dignidad de su misión histórica. Dejaron que un puñado de delincuentes cuartearan el principio de autoridad e injuriaran a nuestros héroes. Balaron sin cesar como tiernos corderos, como anhelando que les apacentaran.
Esta España, en fin, es irreconocible. Los intereses espurios son tan grandes que las voces más interesantes, en la derecha y en la izquierda, están amordazadas porque se ven obligadas a defender su ‘status’ profesional y familiar. Estoy convencido que ninguno de los gobernantes actuales cree en nada decente y que les da igual el porvenir de España y de los españoles.
Desde 1975 están utilizando esta gran nación como pantalla, pero todo se ventila a espaldas de los intereses de la gente. Se identifican antes con sus partidos, con las órdenes de Bruselas y las consignas de los Bilderberg que con su propio pueblo. Son la casta más cruel, despreciable y traidora a la que hayamos tenido que enfrentarnos nunca. Mil veces peores que Escipión Emiliano, el cónsul romano que puso cerco a Numancia; los almorávides de Tarik; los piratas de sir Francis Drake; los mamelucos de Napoleón o los indígenas de Abdelkrim.
Sin embargo, todas estas cosas que ahora nos ocurren ya fueron anunciadas hace casi 40 años por españoles tan sabios, tan rectos y tan decentes como Blas Piñar. A ellos se les hizo oidos sordos y fueron difamados, perseguidos y civilmente asesinados. Muchos españoles de buena voluntad se dejaron engañar por los encantadores de serpientes y se creyeron la estafa, mil veces repetidas, de que en las tramposas urnas estaría la panacea, la solución antiséptica a todas nuestras heridas.
Esa es la diferencia entre la talla de unos y la de otros. Mientras algunos renunciaron a todo para seguir a su pueblo, otros, muchos, por no decir todos los demás, ni siquiera se acuerdan hoy de que existimos.
Por Armando Robles.(Alerta digital)
Todos se hacen lenguas de la crisis, del fracaso social, económico y moral de la nación española, de cómo todo está hecho un auténtico asco, pero pocos se atienen al diagnóstico certero de la enfermedad. No se puede reedificar el Estado sobre sus mismos putrefactos cimientos. No se puede tomar en serio las medidas anticrisis, ni aceptar los recortes contra las clases medias, si la casta política sigue sin hincarle el diente a la causa principal de nuestra pandemonium financiero: el sostenimiento de una estructura administrativa que consiste en conceder a un puñado de gobiernitos autonómicos el usufructo de miles de millones de euros, sin ninguna ventaja para los ciudadanos.
La casta política pone el veto a cualquier debate o discusión sobre el tema autonómico. En el fondo no quieren admitir su fracaso, lo que invalida la seriedad de sus propuestas económicas. Tan canallesco como si el padre de familia negara a su prole el pan y la sal para gastárselo él en putas una vez a la semana.
Si habían pocas razones para la indignación, el exabrupto de una diputada del PP mandando de jodienda a los mismos españoles a los que su partido está condenando al hambre, a costa de mantener los privilegios de la casta, se ha convertido en el acontecimiento periodístico más sonoro y apabullante del largo y cálido verano español. Nunca el poder democrático en España había recibido acusaciones tan contundentes. Por si fuera poco, el presidente de la CEOE viene ahora a decirnos lo que algunos venimos denunciado desde hace años y padeciendo por ello las peores acusaciones: la inmigración ha sido fuente de pobreza para los españoles y cauce para absolutamente ninguna solución para España.
El cabreo de los españoles con la casta parasitaria es clamoroso. Se engañan quienes piensen que éste es un problema partidista. El fracaso es de todos los que a contrapunto de la tradición, de la historia y del sentido común, se obstinaron en sacar adelante el engendro constitucional. Nunca España fue tan poco soberana para tomar sus propias decisiones. Nunca España fue víctima de tantos abusos y robos. Nunca España estuvo gobernada por gente tan traidora y abyecta. Qué tiempos aquellos en los que éste era un país libre y decente, que tomaba sus propias decisiones sin consultar a las instancias europeas, donde los poderes del Estado estaban al servicio de los españoles, donde había paz, progreso social, grandeza espiritual, bienestar en las familias, orden en las calles y hasta la peseta se estiraba tanto que nos daba para casi todo.
Luego está el lado cómico. En medio de tantas desgracias como se han amontonado en pocos años, sin contar las que vienen arrastradas desde 1975, los políticos continúan su tarea depredadora con manifiesta impasibilidad. Si viniesen los marcianos, también seguirían haciendo lo mismo. Uno los ve y se asombra cada día más de que no tengan frío ni calor, de que nunca les duela nada.
Nos están islamizando el país y siguen como si no fuera con ellos. Los barrios más humildes van camino de albanokosovorizarse y ellos continúan ajenos al drama en sus urbanizaciones de lujo, rodeados de seguridad privada y de chachas extranjeras. Han condenado a las clases media al hambre, a la inseguridad y al ostracismo económico y ellos siguen con sus privilegios fiscales, sus dietas millonarias, sus megasubvenciones y sus corrupciones. No sé cómo se llama ese mal. Han perdido el reflejo del dolor, el reflejo del ¿qué pasa? Desde el rey hasta el último de los consejeros autonómicos, se han hecho acreedores de nuestro odio y de nuestro desprecio.
Espero que los españoles aparquen rencillas partidarias y se den cuenta de que, ni desde el poder ni desde la oposición, no se reacciona contra este caos. Tampoco desde el Ejército. Un número considerable de nuestros soldados han permanecido agallinados todos estos años. Claudicaron y se amorrongaron sin hacer una sóla objeción. Perdieron la dignidad de su misión histórica. Dejaron que un puñado de delincuentes cuartearan el principio de autoridad e injuriaran a nuestros héroes. Balaron sin cesar como tiernos corderos, como anhelando que les apacentaran.
Esta España, en fin, es irreconocible. Los intereses espurios son tan grandes que las voces más interesantes, en la derecha y en la izquierda, están amordazadas porque se ven obligadas a defender su ‘status’ profesional y familiar. Estoy convencido que ninguno de los gobernantes actuales cree en nada decente y que les da igual el porvenir de España y de los españoles.
Desde 1975 están utilizando esta gran nación como pantalla, pero todo se ventila a espaldas de los intereses de la gente. Se identifican antes con sus partidos, con las órdenes de Bruselas y las consignas de los Bilderberg que con su propio pueblo. Son la casta más cruel, despreciable y traidora a la que hayamos tenido que enfrentarnos nunca. Mil veces peores que Escipión Emiliano, el cónsul romano que puso cerco a Numancia; los almorávides de Tarik; los piratas de sir Francis Drake; los mamelucos de Napoleón o los indígenas de Abdelkrim.
Sin embargo, todas estas cosas que ahora nos ocurren ya fueron anunciadas hace casi 40 años por españoles tan sabios, tan rectos y tan decentes como Blas Piñar. A ellos se les hizo oidos sordos y fueron difamados, perseguidos y civilmente asesinados. Muchos españoles de buena voluntad se dejaron engañar por los encantadores de serpientes y se creyeron la estafa, mil veces repetidas, de que en las tramposas urnas estaría la panacea, la solución antiséptica a todas nuestras heridas.
Esa es la diferencia entre la talla de unos y la de otros. Mientras algunos renunciaron a todo para seguir a su pueblo, otros, muchos, por no decir todos los demás, ni siquiera se acuerdan hoy de que existimos.
Por Armando Robles.(Alerta digital)
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