martes, 17 de julio de 2012

Carta a un Presidente que confunde la globalización libre con la libertad global

Con el solcito de verano, las cañitas y la cosa, el personal ha decidido tomarse vacaciones neuronales y dejar por unos días la mente en blanco. Desconectar es la palabra que más resuena en España estas noches artificiales de vino y rosas.
Sacamos los disfraces de los recientes viejos tiempos de octava economía del mundo, los últimos vestigios de marca de cuando éramos ricos, y quedamos para tomar unas copas en los pueblos de las periferias, en los chiringos que alguna vez estuvieron de moda, en cuyas terrazas hay siempre una mesa reservada a la decadencia y otra a la melancolía.

Entonces, los respectivos gurús de viejas pandillas canosas, diezmadas por las bajas físicas del tiempo y las bajas psíquicas de la epidemia depresiva, inicia la sesión de espiritismo, de evocación a los fantasmas del pasado, con un conjuro cuyos efectos perduran sólo hasta la madrugada, cuando el alcohol se divorcia de la sangre y el promiscuo presente se viene con nosotros a la cama: "¡chicos, prohibido hablar de la crisis!"
Me conmueve esta España de julio, la que viene de agosto, combatiendo el frío a cuarenta grados a la sombra. Esa que ha arañado unos euros de sus fondos domésticos de reserva, ha metido a su familia en el coche y ha puesto rumbo a alguna parte en una huida hacia adelante, como una especie de últimos mohicanos de la clase media que intenta grabar en su disco duro el sabor agridulce de un último verano.
Esa es la España que ha empezado a hacer vudú ante una fotografía de Rajoy. No es manía personal colectiva, sino el sparring que le pilla más cerca, el boxeador "grogui" al que los ciudadanos pueden mandar a la lona con un simple "crochet" electoral, el chico aplicado de provincias que vino a rescatarnos de un lunático, que ahora pide el rescate para su Estado, para su banca, para su gobierno, para su currículo, mientras el pueblo, incluidos los 11 millones que le han votado, aúllan como lobos esteparios a la luna.
La Merkel nos pilla muy lejos, Mariano, y se desvanece el sibilino papel de Cruella Deville, obsesionada con arrancarle la piel a tiras a 47 millones de españoles, que querían reservarle a la canciller tus guionistas mediáticos en la sombra. Los mercados tienen más cintura que Casius Clay en pleno apogeo, y la clase media española sólo puede perseguir sus sombras, mientras recibe golpes en el hígado, le saltan otro diente cada día y se acuesta noqueada cada noche.
Rubalcaba está más amortizado en política que Buenafuente en la tele, ZP incinerado, el PSOE desvanecido en una larga y tortuosa travesía del desierto, y ya no quedan señuelos en La Moncloa, en la calle Génova, en las prosaicas chisteras de Soraya y Cospedal, para intentar desviar los misiles verbales y digitales que apuntan directamente a La Moncloa.
Ana Pastor, la ministra de Fomento de castillos en el aire, ya no puede apacentar a las ovejas Populares, cada día que pasa más descarriadas en la periferia. Fátima Báñez tendría más capacidad de gestión como Ministra del Paro (con un colectivo de 6 millones de españoles) que como Ministra de Empleo, con menos expectativas que un Consejero de Pesca en Castila-La Mancha.
Ana Mato ha confundido la salud del pueblo con la salud del partido y del gobierno. Soria es un verso de Machado hecho hombre, "hendido por el rayo y en la mitad podrido". Y Wert se aleja cada día más del cum laude y el honoris causa, Cristóbal se ha puesto el mundo por Montoro, De Guindos cree que los españoles nos hemos caído de un ídem y sólo García-Margallo, la revelación del equipo, da más de cal que de arena en Asuntos Exteriores y en asuntos interiores.
Te dirá Pedro Arriola, el trasnochado manager que te aguarda todas las noches en el rincón del ring sociológico al que llamamos España, que todo está controlado. Que le vas ganando el combate a la historia. Que la calle está tomada por los antisistema, por los barrigallenas sindicalistas, por los funcionarios con sus intermitentes a la izquierda, por las brigadas de choque de Ferraz. Luego te hará aspirar amoniaco, te volverá a colocar los protectores dentales y te jaleará para que afrontes el round del día siguiente.
Es todo mentira, Presidente. El pueblo nunca está con nadie; siempre está con él y siempre dispuesto a cambiar de Mesías prometido. El pueblo sabe que lo único suyo es la calle, aunque las Cifuentes reclamen el derecho de propiedad para sus respectivos gobiernos.
Aquí, en este rincón de occidente con ocho siglos de cultura musulmana circulando por las venas de su historia, huele a estallido de verano, de otoño, de invierno y de primavera árabe. A rebelión Orteguiana de las masas. A gente corriente, pasando olímpicamente de ideologías y charlatanes de feria, decidida a poner la primera piedra de una nueva democracia, un nuevo poder representativo, que se rompa la cara por el pueblo a cambio de un puñado digno de euros, renunciando a privilegios y parafernalias, aparcando coches oficiales y tomando metros y buses urbanos y poniendo el Estado al servicio de las personas, en vez de poner a las personas al servicio del Estado.
La lánguida democracia ha sido picada por la mosca tsé-tsé del siglo XXI, y la "enfermedad del sueño" ha invadido a gobernantes y gobernados, incapaces de comprender que el orden de los factores altera el producto: no es lo mismo globalización libre, que libertad global.
Por Javier Gonzalez Mendez, Periodista Digital 

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