A punto de cumplirse el 31 aniversario de la falsamente llamada intentona golpista del 23 de febrero de 1981,los diarios vuelven a hacerse eco de lo que paso en aquella fecha, el semanario Der Spiegel Aleman, revela lo que pensaba el Rey sobre el 23-F: “Los cabecillas solo pretendían lo que todos deseábamos, la disciplina, el orden, la seguridad y la tranquilidad” El embajador alemán en España en 1981, Lothar Lahn, interpretó en un informe enviado a su país y que publica el semanario Der Spiegel, que el rey Juan Carlos mostró “comprensión” hacia los protagonistas del frustrado golpe de estado del 23 de febrero.
El rey “no mostró ni desprecio ni indignación frente a los actores, es más, mostró comprensión, cuando no simpatía”, según interpretó Lahn en el mensaje enviado a su gobierno y que cita Der Spiegel. Añade el despacho que el monarca dijo al embajador: “los cabecillas solo pretendían lo que todos deseábamos, concretamente la reinstauración de la disciplina, el orden, la seguridad y la tranquilidad”.
El documento citado por la revista señala que el rey manifestó a Lahn que la responsabilidad última del intento de golpe de estado no fue de sus cabecillas, sino del entonces presidente del Gobierno español, Adolfo Suárez, a quien reprochaba “despreciar” a los militares. En su informe, el embajador alemán destacó asimismo que el rey había aconsejado reiteradamente sin éxito a Suárez que “atendiera a los planteamientos de los militares, hasta que estos decidieron actuar por su cuenta”.
Lo cierto es que del 23 F no sabemos apenas nada, todo se ha ocultado para no saber con certeza quien dio la orden o quien era la autoridad importante que esperaban los golpistas en el congreso, ¿los que han estado en la carcel eran los verdaderos culpables? me temo que nunca se sabra, hoy al paso de los años solo queda como referente de aquel hecho el Teniente Coronel Antonio Tejero, el pagó con creces por él y por alguno más, años de carcel, insultos y vejaciones pero su disciplina y su sentido del honor le ha impedido contar toda la verdad de aquel 23 F, y se lo llevara con el a la tumba.
Don Antonio siempre fue un militar con un alto sentido del deber y con un profundísimo amor a España, Varias sanciones a lo largo de su carrera manifiestan su amor por la patria y su orgullo por formar parte de la familia de la Guardia Civil.
En 1974 fue ascendido a Teniente Coronel y destinado a Guipúzcoa, participando en el funeral del cabo Posadas. Mandó las comandancias de San Sebastián y Vitoria.
Su estancia en dicho territorio le formó como Guardia Civil, siendo testigo de la quema de banderas españolas donde él y sus hombres salieron a rescatarlas de la quema, pese a que habían recibido órdenes de no salir por ningún motivo. Eso le costó un mes de arresto en Madrid y el cese de su mando en la Comandancia.
En Malaga fue tambien sancionado duramente, con motivo del entierro de un guardia civil, hijo de Málaga, muerto en Barcelona, se me ordenó que el entierro fuera a la hora de comer, en una furgoneta y por las calles menos transitadas. Y por mi orden, el cadáver del Guardia Civil salió a las doce de la mañana, a pie y por las principales calles y a hombros de su teniente coronel y otros compañeros.( con un par...)
En fin hoy vive apaciblemente con su familia y visto cómo han evolucionado las cosas, vista cómo está España y lo difícil que resulta expresar el españolismo en Cataluña, y en otros lugares de España, puede ser que los valores morales de personas como el Sr Tejero hubiesen hecho más falta todos estos años que las mentiras sobre las que se ha ido edificando este Pais.
Alerta Digital publica la carta dedicada a Antonio Tejero Molina por su hijo Ramón Tejero Díez, sacerdote, La carta desvela algunos datos sin duda claves para entender el por qué del 23-F. Extraigan los lectores sus propias conclusiones:
Carta a mi padre, Antonio Tejero Molina
Aquel 23 de febrero de 1981, muy temprano, salimos de casa… Yo sabía lo que ocurriría….Sin embargo el silencio era la expresión más simbólica del cariño que se puede dar a un padre que en esos momentos atravesaba unos de los momentos mas difíciles de su vida. Había vivido momentos de angustia, de terror.
Noches en vela, acompañadas de desconciertos en una España que los españoles desconocían. Noches de zozobra que acompañaban a un hombre al cargo de las tierras vascas y con el encargo de acabar con el terrorismo… Muertes sin compasión de manos de ETA, traiciones de ideales, injusticias, quejas de viudas, órdenes para quemar una bandera que, después, fue legalizada y que causó tantos y tantos muertos… Todo era incomprensible para un joven que creció con el dolor, la inquietud, el temor y el deseo irrefrenable de una España coherente… Ese joven era yo, ahora sacerdote de Jesucristo, pero sin dejar de ser hijo de mi padre, del cual me enorgullezco plenamente.
Aquella mañana del 23 de febrero acompañé a mi padre a la celebración de la Eucaristía en la capilla que hay frente a la Dirección General de la Guardia Civil. Momentos de silencio, de oración profunda, de contemplación sincera de un hombre creyente que sabía cuál era su deber, que conocía las órdenes recibidas y que no quería por nada del mundo manchar sus manos de sangre (como así fue). Un hombre de uniforme, de rodillas ante el Sagrario y el altar del sacrificio: mi padre. Suponía para mí un ejemplo de gallardía que nadie me hará olvidar, el testimonio fiel de un creyente coherente con el juramento que había hecho años atrás… No había palabras, sólo silencio, recogimiento y oración sincera.
Al salir de la capilla, con una mirada penetrante -y me atrevería a decir que trascendente-, contempló la Bandera Nacional y, con voz serena, tranquila y gallarda, me dijo: «Hijo, por Dios y por Ella hago lo que tengo que hacer…». Y, con un beso en la mejilla, se despidió de mí. Un beso tierno de padre, pero que también sonaba a despedida: la despedida de un hombre que teme que no volverá a la vida… y eso pensé yo también. Y, con el gozo de amar a mi padre con locura, volví a mi casa para acompañar a aquella que simbolizaba -en aquel momento y siempre- los valores de la mujer fuerte de la Biblia: mi madre. Esa gran mujer que ha sabido hacer, de su existencia, una entrega victimal y heroica a Dios, a España y a su familia -valores en los que fue educada a lo largo de todo su vida y que sigue mostrando, en el otoño se su existir, con una entrega amorosa a todos nosotros-. Pasamos la mañana con serenidad… El silencio era la elocuencia de nuestro pesar, mientras que el tiempo se convertía, segundo tras segundo, en el traicionero «reloj» que nos hacía pensar en aquel momento. No sabíamos más ni menos. Realmente, nos dolía España, mi padre y el momento en sí; aunque nos tranquilizaba la certeza, según nos habían dicho, de que el Rey apoyaba y ordenaba tales hechos.
Era un acto de servicio más, en un momento crítico, por el cual atravesaba nuestra Patria. Y pasó lo que toda España conoce y lo que los medios transmiten (aunque no con toda la veracidad que debieran). No voy a entrar en polémica. Ni quiero, ni debo. Pero sí deseo aclarar algunos puntos que conozco, que siento míos y que viví con intensidad aquella noche. Y deseo hacerlo desde el sosiego, desde la paz que, cada día, me regala Cristo y desde la serena sabiduría de los años que te hacen asentar pasiones y discernir la verdad como realidad de la vida. No voy a revelar nada del 23F, el silencio de mi padre me obliga a callar. Sin embargo, no puedo dejar en el olvido las grandezas de un gran hombre.
Es por ello que, ante las distintas informaciones y publicaciones de estos días en distintos medios de comunicación, quiero y deseo expresar lo siguiente: mi padre es un hombre de honor, fiel a sus principios religiosos y patrióticos; es coherente y sincero. Es un militar de los pies a la cabeza, consciente de sus responsabilidades, entregado a sus hombres. Es un hombre cumplidor, trabajador hasta el extremo, leal ante el significado de la palabra juramento y fiel al mismo. Es un hombre sereno, sencillo, disciplinado y amante de la verdad. No es violento, ni agresivo. Es templado, sensato, sereno, inteligente y capaz de discernir con coherencia una realidad aparentemente absurda e incoherente como parece que fue el 23F. Es un marido ejemplar. Un padre extraordinario. Un hombre excepcional. Un amigo fiel. Un español honorable y un cristiano sincero y veraz. Mi padre es mi padre. Me duele la falta de información y coherencia. Me duele ver cómo todos aprovechan el «silencio» de un hombre para intentar destruirle… quizá por miedo a su palabra… Me duelen tantos programas y tan poca veracidad…Quiero a mi padre con locura.
Es por ello que ruego y aliento a todos aquellos que creen en la libertad de expresión, para que sean tan audaces y coherentes como para publicar estas pobres palabras que tan sólo manifiestan los sentimientos de un hijo por su padre. Un hijo que se siente orgulloso de su padre y de que éste se llame: Antonio Tejero Molina”.
El rey “no mostró ni desprecio ni indignación frente a los actores, es más, mostró comprensión, cuando no simpatía”, según interpretó Lahn en el mensaje enviado a su gobierno y que cita Der Spiegel. Añade el despacho que el monarca dijo al embajador: “los cabecillas solo pretendían lo que todos deseábamos, concretamente la reinstauración de la disciplina, el orden, la seguridad y la tranquilidad”.
El documento citado por la revista señala que el rey manifestó a Lahn que la responsabilidad última del intento de golpe de estado no fue de sus cabecillas, sino del entonces presidente del Gobierno español, Adolfo Suárez, a quien reprochaba “despreciar” a los militares. En su informe, el embajador alemán destacó asimismo que el rey había aconsejado reiteradamente sin éxito a Suárez que “atendiera a los planteamientos de los militares, hasta que estos decidieron actuar por su cuenta”.
Lo cierto es que del 23 F no sabemos apenas nada, todo se ha ocultado para no saber con certeza quien dio la orden o quien era la autoridad importante que esperaban los golpistas en el congreso, ¿los que han estado en la carcel eran los verdaderos culpables? me temo que nunca se sabra, hoy al paso de los años solo queda como referente de aquel hecho el Teniente Coronel Antonio Tejero, el pagó con creces por él y por alguno más, años de carcel, insultos y vejaciones pero su disciplina y su sentido del honor le ha impedido contar toda la verdad de aquel 23 F, y se lo llevara con el a la tumba.
Don Antonio siempre fue un militar con un alto sentido del deber y con un profundísimo amor a España, Varias sanciones a lo largo de su carrera manifiestan su amor por la patria y su orgullo por formar parte de la familia de la Guardia Civil.
En 1974 fue ascendido a Teniente Coronel y destinado a Guipúzcoa, participando en el funeral del cabo Posadas. Mandó las comandancias de San Sebastián y Vitoria.
Su estancia en dicho territorio le formó como Guardia Civil, siendo testigo de la quema de banderas españolas donde él y sus hombres salieron a rescatarlas de la quema, pese a que habían recibido órdenes de no salir por ningún motivo. Eso le costó un mes de arresto en Madrid y el cese de su mando en la Comandancia.
En Malaga fue tambien sancionado duramente, con motivo del entierro de un guardia civil, hijo de Málaga, muerto en Barcelona, se me ordenó que el entierro fuera a la hora de comer, en una furgoneta y por las calles menos transitadas. Y por mi orden, el cadáver del Guardia Civil salió a las doce de la mañana, a pie y por las principales calles y a hombros de su teniente coronel y otros compañeros.( con un par...)
En fin hoy vive apaciblemente con su familia y visto cómo han evolucionado las cosas, vista cómo está España y lo difícil que resulta expresar el españolismo en Cataluña, y en otros lugares de España, puede ser que los valores morales de personas como el Sr Tejero hubiesen hecho más falta todos estos años que las mentiras sobre las que se ha ido edificando este Pais.
Alerta Digital publica la carta dedicada a Antonio Tejero Molina por su hijo Ramón Tejero Díez, sacerdote, La carta desvela algunos datos sin duda claves para entender el por qué del 23-F. Extraigan los lectores sus propias conclusiones:
Carta a mi padre, Antonio Tejero Molina
Aquel 23 de febrero de 1981, muy temprano, salimos de casa… Yo sabía lo que ocurriría….Sin embargo el silencio era la expresión más simbólica del cariño que se puede dar a un padre que en esos momentos atravesaba unos de los momentos mas difíciles de su vida. Había vivido momentos de angustia, de terror.
Noches en vela, acompañadas de desconciertos en una España que los españoles desconocían. Noches de zozobra que acompañaban a un hombre al cargo de las tierras vascas y con el encargo de acabar con el terrorismo… Muertes sin compasión de manos de ETA, traiciones de ideales, injusticias, quejas de viudas, órdenes para quemar una bandera que, después, fue legalizada y que causó tantos y tantos muertos… Todo era incomprensible para un joven que creció con el dolor, la inquietud, el temor y el deseo irrefrenable de una España coherente… Ese joven era yo, ahora sacerdote de Jesucristo, pero sin dejar de ser hijo de mi padre, del cual me enorgullezco plenamente.
Aquella mañana del 23 de febrero acompañé a mi padre a la celebración de la Eucaristía en la capilla que hay frente a la Dirección General de la Guardia Civil. Momentos de silencio, de oración profunda, de contemplación sincera de un hombre creyente que sabía cuál era su deber, que conocía las órdenes recibidas y que no quería por nada del mundo manchar sus manos de sangre (como así fue). Un hombre de uniforme, de rodillas ante el Sagrario y el altar del sacrificio: mi padre. Suponía para mí un ejemplo de gallardía que nadie me hará olvidar, el testimonio fiel de un creyente coherente con el juramento que había hecho años atrás… No había palabras, sólo silencio, recogimiento y oración sincera.
Al salir de la capilla, con una mirada penetrante -y me atrevería a decir que trascendente-, contempló la Bandera Nacional y, con voz serena, tranquila y gallarda, me dijo: «Hijo, por Dios y por Ella hago lo que tengo que hacer…». Y, con un beso en la mejilla, se despidió de mí. Un beso tierno de padre, pero que también sonaba a despedida: la despedida de un hombre que teme que no volverá a la vida… y eso pensé yo también. Y, con el gozo de amar a mi padre con locura, volví a mi casa para acompañar a aquella que simbolizaba -en aquel momento y siempre- los valores de la mujer fuerte de la Biblia: mi madre. Esa gran mujer que ha sabido hacer, de su existencia, una entrega victimal y heroica a Dios, a España y a su familia -valores en los que fue educada a lo largo de todo su vida y que sigue mostrando, en el otoño se su existir, con una entrega amorosa a todos nosotros-. Pasamos la mañana con serenidad… El silencio era la elocuencia de nuestro pesar, mientras que el tiempo se convertía, segundo tras segundo, en el traicionero «reloj» que nos hacía pensar en aquel momento. No sabíamos más ni menos. Realmente, nos dolía España, mi padre y el momento en sí; aunque nos tranquilizaba la certeza, según nos habían dicho, de que el Rey apoyaba y ordenaba tales hechos.
Era un acto de servicio más, en un momento crítico, por el cual atravesaba nuestra Patria. Y pasó lo que toda España conoce y lo que los medios transmiten (aunque no con toda la veracidad que debieran). No voy a entrar en polémica. Ni quiero, ni debo. Pero sí deseo aclarar algunos puntos que conozco, que siento míos y que viví con intensidad aquella noche. Y deseo hacerlo desde el sosiego, desde la paz que, cada día, me regala Cristo y desde la serena sabiduría de los años que te hacen asentar pasiones y discernir la verdad como realidad de la vida. No voy a revelar nada del 23F, el silencio de mi padre me obliga a callar. Sin embargo, no puedo dejar en el olvido las grandezas de un gran hombre.
Es por ello que, ante las distintas informaciones y publicaciones de estos días en distintos medios de comunicación, quiero y deseo expresar lo siguiente: mi padre es un hombre de honor, fiel a sus principios religiosos y patrióticos; es coherente y sincero. Es un militar de los pies a la cabeza, consciente de sus responsabilidades, entregado a sus hombres. Es un hombre cumplidor, trabajador hasta el extremo, leal ante el significado de la palabra juramento y fiel al mismo. Es un hombre sereno, sencillo, disciplinado y amante de la verdad. No es violento, ni agresivo. Es templado, sensato, sereno, inteligente y capaz de discernir con coherencia una realidad aparentemente absurda e incoherente como parece que fue el 23F. Es un marido ejemplar. Un padre extraordinario. Un hombre excepcional. Un amigo fiel. Un español honorable y un cristiano sincero y veraz. Mi padre es mi padre. Me duele la falta de información y coherencia. Me duele ver cómo todos aprovechan el «silencio» de un hombre para intentar destruirle… quizá por miedo a su palabra… Me duelen tantos programas y tan poca veracidad…Quiero a mi padre con locura.
Es por ello que ruego y aliento a todos aquellos que creen en la libertad de expresión, para que sean tan audaces y coherentes como para publicar estas pobres palabras que tan sólo manifiestan los sentimientos de un hijo por su padre. Un hijo que se siente orgulloso de su padre y de que éste se llame: Antonio Tejero Molina”.
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