En la imagen el actor wili toledo saliendo de comisaria abrazado por compañeros de profesion.
Como suele suceder, el balance sobre el éxito o fracaso de la huelga general del pasado día 29 varía según quien sea su autor: para los sindicatos un éxito rotundo, para la patronal y el Gobierno un evidente fracaso. La prensa más ecuánime ha considerado que ha sido un éxito en el sector del transporte y la industria, un fracaso en servicios y comercio. Más allá de estas disputas, ahora que tras la huelga las aguas se han calmado por el momento, dos cuestiones deben ser objeto de reflexión: primera, qué eficacia puede tener hoy una huelga general; segunda, si en el siglo XXI tienen razón de ser los piquetes informativos.
Manifestaciones, sí. Son muy sencillas de organizar. Reunir a unas decenas de miles de empleados para manifestarse no es difícil. Pero una huelga general es asunto que requiere, como poco, el apoyo de la ciudadanía, y no me topé con huelga general alguna ni en Madrid ni en Santander. Salí de Madrid cuando abrían los comercios. Ninguno cerrado. Algún piquete que era tratado con cortés contundencia. Es curioso. Si los piquetes informativos conforman pocos informadores, no aguantan ni una palabra subida de tono. Donde desayunaba, apareció un piquete mixto. Dos de UGT y dos de CCOO. Informaron»al camarero que era jornada de lucha y de huelga general. El camarero no estaba para bromas. «De acuerdo. Os invito a café y os vais a hacer el golfo a otra parte». Como no estaba entre ellos Guillermo Toledo, aceptaron el café, no rompieron nada, no amenazaron a los clientes y se fueron arrastrando el rabo acera arriba, en busca de mejor fortuna.
En poco más de cuatrocientos kilómetros, ni una gasolinera cerrada, ni un establecimiento de carretera clausurado. Está en obras la carretera de Burgos, desde Lerma a la capital gótica. Todas las máquinas en funcionamiento, y los trabajadores afanados en sus tareas. ¿Dónde está la huelga general?, me pregunté. Y me respondieron los blancos y feos molinos de la energía limpia. El 29, en los altos páramos de la Vieja Castilla no soplaba ni un eructillo de viento. Huelga de aspas inmóviles. Huelga general de aspas. Un bosque de molinos paralizados resulta, a primera vista, estremecedor. Y en Santander, donde también hubo manifestación, la ciudadanía se manifestó en muy superior número por el Paseo de Pereda y de Reina Victoria, en una tarde cálida, casi veraniega, con una mar leve y tranquila, azul cobalto, cegadora.
Otra cosa fueron las fábricas, con piquetes forajidos y de más de un centenar de informadores. Sin ellos, la presumible huelga general que se llevó a cabo en España el pasado jueves, sería hoy centro fundamental de chacotas, chismes y cachondeos. He leído columnas en los periódicos muy divertidas al respecto, firmadas por ilustres periodistas que aún se dejan emocionar por los sindicatos. ¿Tanto les cuesta reconocer un fracaso? En mi caso, no tendría inconveniente en afirmar que viví un día de huelga general secundada por una mayoría abrumadora de trabajadores. Pero sólo vi trabajar en un trecho de cuatrocientos kilómetros y en dos ciudades como Madrid y Santander. Que me expliquen Méndez, Toxo –el romántico troskista–, el sindibanquero y el subalterno encendido de Toxo dónde encuentran los datos para celebrar su éxito.
Y que me lo expliquen los responsables del PSOE, que han sido los que han alentado la celebración de la huelguita cobrando a los sindicatos las riquezas y favores de siete años de gorroneo. Porque la Reforma Laboral que hoy quieren reformar a su gusto y capricho no hubiera tenido sentido con un Gobierno socialista austero, cumplidor y competente y con unos sindicatos menos obedientes ante el poder Ejecutivo. Esa Reforma Laboral es consecuencia de lo que tanto les molesta oír. De su silencio ante 5.000.000 de parados. De su plena disposición para recibir millones y millones de euros regalados por un Gobierno atroz a cambio de la complicidad. Jamás había sentido tan alejada a la calle de los sindicatos, que en algunos puntos de España sólo han podido hacerse oír con la colaboración de los perroflautas y los marginales violentos. Lo del 29 de marzo ha supuesto un rotundo fracaso, porque lo injustificable jamás puede triunfar. Aunque adornen el batacazo las ilustres plumas que aún se emocionan con estos chulos del sistema.
Y lo de Toledo, sin importancia. Nadie lo contrata y hay que hacerse notar.
Tiraron sillas y mesas y lanzaron botellines contra la barra y los clientes. Cogieron el extintor y lo abrieron disparando hacia mí y hacia los clientes hasta que lo vaciaron por completo. A la cabeza de ese grupo se encontraba el actor conocido como Willy Toledo, el cual alentaba a las masas a causar destrozos y agredir a los presentes. Viaje a España, trabaje, tenga la mala idea de invertir el fruto de su trabajo en un bar de Lavapiés, ofrezca como pequeño empresario un determinado número de puestos de trabajo, y espere la llegada de Guillermo Toledo y su pandilla de matones para ver cómo destrozan violentamente en pocos minutos todos sus años de esfuerzo y decencia. El pijoflauta está ya en la calle. El juez lo dejó salir en libertad sin fianza aunque imputado por un delito contra los trabajadores, daños y atentado contra la autoridad. El presunto actor pasó la noche detenido y el juez lo soltó al término de su declaración. Lo estaba pasando mal el presumible cómico en los calabozos y tampoco hay que afearle en exceso sus travesuras. Nada de importancia. Agresión a las personas que ejercitaban un derecho, el de trabajar, romper el mobiliario de un negocio, insultar, coaccionar y arremeter contra los clientes del bar y atentar contra la autoridad. Todo ello con unas decenas de sicarios a sus órdenes, para así culminar el escenario de la noble lucha librada por el referido Toledo. De ahí la emoción que se produjo a las puertas del Juzgado de Guardia de la Plaza de Castilla. Cuando un héroe es detenido y posteriormente liberado, hay que agradecerle su coraje con unos abrazos emocionados e intensos. El que abraza al héroe, algo se contagia. Y ahí estaban aguardando su libertad sus leales amigos y compañeros de fatigas. Alberto San Juan, Juan Diego Botto, Marisa Paredes y otros pijoflautas de más complicada identificación. Y se abrazaron entre lágrimas y sonrisas. Ello determina, sin duda alguna, que San Juan, Botto y Paredes aprueban sin reservas las acciones protagonizadas en el día de la huelguita por su compañero. Aprueban, y de ahí sus abrazos, que veinte forajidos violentos, obedeciendo órdenes de Toledo –y de ahí sus abrazos–, destrocen un bar, amenacen a su propietario, sus trabajadores y sus clientes, les lancen toda suerte de objetos contundentes, rompan a su antojo botellas de cerveza y enseres de hostelería, culminen con arte sus pintadas intimidatorias y se cepillen en pocos minutos el fruto del trabajo de un ciudadano honrado. De lo contrario, no se entendería tanto abrazo, tanta emoción, tanta risa y tanta celebración anímica.
Claro, que de esta gente tan «comprometida» se puede esperar cualquier cosa. Después de un intenso período de reflexión, el compañero del presunto Toledo, el también presunto actor Alberto San Juan, nos reveló su gran hallazgo. Sólo hay dictaduras de derechas. El comunismo y la dictadura son conceptos contradictorios. Cuba es una democracia, Corea del Norte es una democracia y Venezuela ha emprendido el camino para alcanzar la democracia plena. Los Estados de Derecho occidentales y por supuesto, los Estados Unidos, son dictaduras disfrazadas de demócratas. En ese punto le –y les– recomendaría que hablaran con los Bardem, que parece han evolucionado un poco al respecto. Y este Diego Botto, el niño mimado de las producciones subvencionadas, el actor presente en todos los repartos coñazo, que ha vivido durante años del dinero de los contribuyentes, se permite el lujo de abrazar al que ha destrozado el negocio de un inmigrante –como él–, que paga sus impuestos en España y al que no le han consultado si su contribución debe invertirse en la Sanidad, la Educación, las Obras Públicas o el Cine subvencionado. No se me antoja elogiable que un inmigrante argentino considere digno de abrazo y gratitud la desgracia de un inmigrante peruano que no ha hecho otra cosa que trabajar para establecer un negocio sin ayudas de los contribuyentes, eso que se llama un emprendedor. Y respecto a Marisa Paredes, poco que decir. Todavía está en el «Nunca Mais», la pegatina, la guerra de Irak y la alfombra roja –sin alusiones a la ETA, claro–, en el Festival de Cine de San Sebastián.
Me refería antes al contagio. El héroe contagia a quien lo abraza, aunque en este caso, la heroicidad precise de un avergonzado entrecomillado. También abrazar al delincuente conlleva el riesgo de la epidemia. Vivimos en una sociedad tan desajustada en los conceptos del bien y del mal, de la convivencia y la violencia, del derecho y la coacción, que pasará pronto la noticia de este abuso intolerable y el presumible actor Toledo seguirá gozando de todas las amnistías ideológicas y judiciales. «Es un defensor de los humildes», dirán los más tontos. Ahí lo tienen. Alentando los cruceros de Hamás desde su casa de Madrid. Pero Toledo no es el protagonista de este comentario. Los protagonistas son los abracitos de sus amigos. Las sonrisas de sus amigos. Las emotivas gratitudes y solidaridades de sus amigos, que se identifican –de ahí los abrazos, los besos y las sonrisitas–, con quien ha machacado el negocio honesto de un inmigrante peruano que creyó que en España encontraría el fruto de su esfuerzo y su lejanía.
Un saludo.
(Extracto sacado del escrito de Francesc de Carreras, la Vanguardia y escrito de Alfonso Ussia)
Como suele suceder, el balance sobre el éxito o fracaso de la huelga general del pasado día 29 varía según quien sea su autor: para los sindicatos un éxito rotundo, para la patronal y el Gobierno un evidente fracaso. La prensa más ecuánime ha considerado que ha sido un éxito en el sector del transporte y la industria, un fracaso en servicios y comercio. Más allá de estas disputas, ahora que tras la huelga las aguas se han calmado por el momento, dos cuestiones deben ser objeto de reflexión: primera, qué eficacia puede tener hoy una huelga general; segunda, si en el siglo XXI tienen razón de ser los piquetes informativos.
Manifestaciones, sí. Son muy sencillas de organizar. Reunir a unas decenas de miles de empleados para manifestarse no es difícil. Pero una huelga general es asunto que requiere, como poco, el apoyo de la ciudadanía, y no me topé con huelga general alguna ni en Madrid ni en Santander. Salí de Madrid cuando abrían los comercios. Ninguno cerrado. Algún piquete que era tratado con cortés contundencia. Es curioso. Si los piquetes informativos conforman pocos informadores, no aguantan ni una palabra subida de tono. Donde desayunaba, apareció un piquete mixto. Dos de UGT y dos de CCOO. Informaron»al camarero que era jornada de lucha y de huelga general. El camarero no estaba para bromas. «De acuerdo. Os invito a café y os vais a hacer el golfo a otra parte». Como no estaba entre ellos Guillermo Toledo, aceptaron el café, no rompieron nada, no amenazaron a los clientes y se fueron arrastrando el rabo acera arriba, en busca de mejor fortuna.
En poco más de cuatrocientos kilómetros, ni una gasolinera cerrada, ni un establecimiento de carretera clausurado. Está en obras la carretera de Burgos, desde Lerma a la capital gótica. Todas las máquinas en funcionamiento, y los trabajadores afanados en sus tareas. ¿Dónde está la huelga general?, me pregunté. Y me respondieron los blancos y feos molinos de la energía limpia. El 29, en los altos páramos de la Vieja Castilla no soplaba ni un eructillo de viento. Huelga de aspas inmóviles. Huelga general de aspas. Un bosque de molinos paralizados resulta, a primera vista, estremecedor. Y en Santander, donde también hubo manifestación, la ciudadanía se manifestó en muy superior número por el Paseo de Pereda y de Reina Victoria, en una tarde cálida, casi veraniega, con una mar leve y tranquila, azul cobalto, cegadora.
Otra cosa fueron las fábricas, con piquetes forajidos y de más de un centenar de informadores. Sin ellos, la presumible huelga general que se llevó a cabo en España el pasado jueves, sería hoy centro fundamental de chacotas, chismes y cachondeos. He leído columnas en los periódicos muy divertidas al respecto, firmadas por ilustres periodistas que aún se dejan emocionar por los sindicatos. ¿Tanto les cuesta reconocer un fracaso? En mi caso, no tendría inconveniente en afirmar que viví un día de huelga general secundada por una mayoría abrumadora de trabajadores. Pero sólo vi trabajar en un trecho de cuatrocientos kilómetros y en dos ciudades como Madrid y Santander. Que me expliquen Méndez, Toxo –el romántico troskista–, el sindibanquero y el subalterno encendido de Toxo dónde encuentran los datos para celebrar su éxito.
Y que me lo expliquen los responsables del PSOE, que han sido los que han alentado la celebración de la huelguita cobrando a los sindicatos las riquezas y favores de siete años de gorroneo. Porque la Reforma Laboral que hoy quieren reformar a su gusto y capricho no hubiera tenido sentido con un Gobierno socialista austero, cumplidor y competente y con unos sindicatos menos obedientes ante el poder Ejecutivo. Esa Reforma Laboral es consecuencia de lo que tanto les molesta oír. De su silencio ante 5.000.000 de parados. De su plena disposición para recibir millones y millones de euros regalados por un Gobierno atroz a cambio de la complicidad. Jamás había sentido tan alejada a la calle de los sindicatos, que en algunos puntos de España sólo han podido hacerse oír con la colaboración de los perroflautas y los marginales violentos. Lo del 29 de marzo ha supuesto un rotundo fracaso, porque lo injustificable jamás puede triunfar. Aunque adornen el batacazo las ilustres plumas que aún se emocionan con estos chulos del sistema.
Y lo de Toledo, sin importancia. Nadie lo contrata y hay que hacerse notar.
Tiraron sillas y mesas y lanzaron botellines contra la barra y los clientes. Cogieron el extintor y lo abrieron disparando hacia mí y hacia los clientes hasta que lo vaciaron por completo. A la cabeza de ese grupo se encontraba el actor conocido como Willy Toledo, el cual alentaba a las masas a causar destrozos y agredir a los presentes. Viaje a España, trabaje, tenga la mala idea de invertir el fruto de su trabajo en un bar de Lavapiés, ofrezca como pequeño empresario un determinado número de puestos de trabajo, y espere la llegada de Guillermo Toledo y su pandilla de matones para ver cómo destrozan violentamente en pocos minutos todos sus años de esfuerzo y decencia. El pijoflauta está ya en la calle. El juez lo dejó salir en libertad sin fianza aunque imputado por un delito contra los trabajadores, daños y atentado contra la autoridad. El presunto actor pasó la noche detenido y el juez lo soltó al término de su declaración. Lo estaba pasando mal el presumible cómico en los calabozos y tampoco hay que afearle en exceso sus travesuras. Nada de importancia. Agresión a las personas que ejercitaban un derecho, el de trabajar, romper el mobiliario de un negocio, insultar, coaccionar y arremeter contra los clientes del bar y atentar contra la autoridad. Todo ello con unas decenas de sicarios a sus órdenes, para así culminar el escenario de la noble lucha librada por el referido Toledo. De ahí la emoción que se produjo a las puertas del Juzgado de Guardia de la Plaza de Castilla. Cuando un héroe es detenido y posteriormente liberado, hay que agradecerle su coraje con unos abrazos emocionados e intensos. El que abraza al héroe, algo se contagia. Y ahí estaban aguardando su libertad sus leales amigos y compañeros de fatigas. Alberto San Juan, Juan Diego Botto, Marisa Paredes y otros pijoflautas de más complicada identificación. Y se abrazaron entre lágrimas y sonrisas. Ello determina, sin duda alguna, que San Juan, Botto y Paredes aprueban sin reservas las acciones protagonizadas en el día de la huelguita por su compañero. Aprueban, y de ahí sus abrazos, que veinte forajidos violentos, obedeciendo órdenes de Toledo –y de ahí sus abrazos–, destrocen un bar, amenacen a su propietario, sus trabajadores y sus clientes, les lancen toda suerte de objetos contundentes, rompan a su antojo botellas de cerveza y enseres de hostelería, culminen con arte sus pintadas intimidatorias y se cepillen en pocos minutos el fruto del trabajo de un ciudadano honrado. De lo contrario, no se entendería tanto abrazo, tanta emoción, tanta risa y tanta celebración anímica.
Claro, que de esta gente tan «comprometida» se puede esperar cualquier cosa. Después de un intenso período de reflexión, el compañero del presunto Toledo, el también presunto actor Alberto San Juan, nos reveló su gran hallazgo. Sólo hay dictaduras de derechas. El comunismo y la dictadura son conceptos contradictorios. Cuba es una democracia, Corea del Norte es una democracia y Venezuela ha emprendido el camino para alcanzar la democracia plena. Los Estados de Derecho occidentales y por supuesto, los Estados Unidos, son dictaduras disfrazadas de demócratas. En ese punto le –y les– recomendaría que hablaran con los Bardem, que parece han evolucionado un poco al respecto. Y este Diego Botto, el niño mimado de las producciones subvencionadas, el actor presente en todos los repartos coñazo, que ha vivido durante años del dinero de los contribuyentes, se permite el lujo de abrazar al que ha destrozado el negocio de un inmigrante –como él–, que paga sus impuestos en España y al que no le han consultado si su contribución debe invertirse en la Sanidad, la Educación, las Obras Públicas o el Cine subvencionado. No se me antoja elogiable que un inmigrante argentino considere digno de abrazo y gratitud la desgracia de un inmigrante peruano que no ha hecho otra cosa que trabajar para establecer un negocio sin ayudas de los contribuyentes, eso que se llama un emprendedor. Y respecto a Marisa Paredes, poco que decir. Todavía está en el «Nunca Mais», la pegatina, la guerra de Irak y la alfombra roja –sin alusiones a la ETA, claro–, en el Festival de Cine de San Sebastián.
Me refería antes al contagio. El héroe contagia a quien lo abraza, aunque en este caso, la heroicidad precise de un avergonzado entrecomillado. También abrazar al delincuente conlleva el riesgo de la epidemia. Vivimos en una sociedad tan desajustada en los conceptos del bien y del mal, de la convivencia y la violencia, del derecho y la coacción, que pasará pronto la noticia de este abuso intolerable y el presumible actor Toledo seguirá gozando de todas las amnistías ideológicas y judiciales. «Es un defensor de los humildes», dirán los más tontos. Ahí lo tienen. Alentando los cruceros de Hamás desde su casa de Madrid. Pero Toledo no es el protagonista de este comentario. Los protagonistas son los abracitos de sus amigos. Las sonrisas de sus amigos. Las emotivas gratitudes y solidaridades de sus amigos, que se identifican –de ahí los abrazos, los besos y las sonrisitas–, con quien ha machacado el negocio honesto de un inmigrante peruano que creyó que en España encontraría el fruto de su esfuerzo y su lejanía.
Un saludo.
(Extracto sacado del escrito de Francesc de Carreras, la Vanguardia y escrito de Alfonso Ussia)
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