jueves, 27 de septiembre de 2012

El Psoe es parte del problema y no de la solución.

Escribo estas líneas con los datos aún difusos del apoyo a la autodeterminación de algunos ayuntamientos catalanes gobernados por los socialistas. No nos engañemos. Lo que menos les importa es el soberanismo catalán. La cuestión elegida ahora es solo el pretexto para la desestabilización social y política de España, la burda coartada de una organización política que, junto con otras emparentadas ideológicamente, ya nos abocó a una guerra civil hace 76 años
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Sinceramente, no voy a perder el tiempo ni se lo haré perder a ustedes concibiendo falsas esperanzas respecto a la redención moral de los socialistas. Tampoco sobre la deseada catársis de una derecha liberal obstinada en sentarse en la misma mesa de juego que ésos truhanes y jugar a perder con las mismas cartas marcadas desde la transición. Debería saberlo Rajoy si leyera más la historia real de España y el papel siniestro que el PSOE ha jugado en ella.
Cuando Primo de Rivera instauró su dictadura en 1923, buscó y obtuvo la cooperación oficial del Partido Socialista y de su central sindical, la UGT. El jefe de los socialistas españoles, Largo Caballero, fue nada menos que consejero de Estado en la dictadura militar primorriverista. El decreto de organización corporativa de noviembre de 1.925 instituyó los comités paritarios dominados por los socialistas que, luego, trataron de sacudirse el sambenito de colaboracionismo explicando el uso propagandístico que habían hecho de esos comités. Tan embusteros compulsivos como siempre.
Las elecciones de 1933, las segundas que celebraba la agitada II república, se saldaron con el aplastante triunfo electoral de la CEDA de Gil Robles, lo que desconcertó por completo a las izquierdas. Aquel inesperado y rotundo triunfo vino a confirmar el fortísimo entronque popular de las derechas, algo que el PSOE no quiso ni pudo aceptar nunca. “Frente a la traición, nuestro deber es la revolución”, peroraba Largo Caballero en uno de sus incendiarios discursos post electorales. Es decir, si las urnas no nos dan la razón, quitémosle la razón a las urnas y apostemos por la asonada revolucionaria. Se pueden ustedes imaginar lo que habrían hecho de haber tenido al Ejército de su parte.
Los resultados de aquella revolución golpista son por todos conocidos. Centenares de víctimas mortales, ciudades asturianas destruidas, una fractura social que tardaría décadas en restañar sus heridas y, para muchos, el preludio de la ya inevitable contienda civil. Solo el PSOE fue responsable de aquel agrietamiento súbito que, a partir de entonces, haría irreconciliables las posturas. Si pudiera emplearse en historia política el lenguaje penal, la culpa de aquella revolución-golpista fue de las izquierdas representadas por el Partido Socialista, en un puro movimiento de reacción ante la inminente toma del poder por las derechas, a quienes democráticamente correspondía.
Ni siquiera se esperó a que la tentativa golpista tuviese la complicidad de los errores gubernativos. El nuevo gobierno, con tres ministros de la CEDA, se conoció el 4 de octubre. A la mañana siguiente, cuando los ministros aún no habían tomado posesión aún de sus despachos, comenzó en toda España la huelga general revolucionaria decretada por el PSOE y la UGT. ¿Le recuerda esto algo a Rajoy?
El Consejo de Ministros decretó el día 6 el estado de guerra en toda España. En Madrid fracasa la revolución golpista tras esporádicos tiroteos en dependencias públicas. El ministro de la Guerra, Diego Hidalgo, nombró asesor especial al general Franco, quien llamó inmediatamente al teniente coronel Yagüe para mandar una columna de desembarco sobre Asturias, que desde el principio apareció como el foco principal de la rebelión golpista. Franco se convirtió así en el principal valedor y defensor de la legalidad vigente, recibiendo las mismos parabienes y las mismas adhesiones que 48 años más tarde recibió el jefe del Estado español, a la sazón Rey, con ocasión de los hechos, bien conocidos, del 23 de febrero.
Con la rebelión golpista de 1934, el PSOE perdió toda la autoridad para condenar el Alzamiento de 1936, sin duda uno de sus argumentos recurrentes en los últimos años. No así el dato de que fuese un socialista, Prieto, el encargado de arramblar con todas las reservas del Banco de España.
Y es que los socialistas siempre han tenido un mismo objetivo: alterar la convivencia entre los españoles. El PSOE ha sido siempre un proyecto sin salida, un oximonon antiespañol, sustentado en las mentiras, la corrupción y las pistolas. Sí, sí, digo bien, en las pistolas. Cabe reseñar que socialistas fueron los miembros de la Guardia de Asalto que asesinaron al dirigente derechista José Calvo Sotelo. Encabezados por el entonces líder de las Juventudes Socialistas, Santiago Carrillo Solares, militantes de ese partido fueron también los autores de la masacre terrorista de Paracuellos del Jarama. También es prudente recordar que, sin el apoyo de muchos socialistas en los años 60 y 70, ETA posiblemente no habría sobrevivido hasta nuestro días.
Así que no nos engañemos más ni nos extrañemos de que hoy, el PSOE recurra a la misma estrategia que entonces: desestabilizar y añadir confusión a la vida española.
No hago responsable sólo a la izquierda de lo que sucede. Las intenciones de la izquierda nunca fueron oblicuas. Lo vemos nuevamente con el recrudecimiento de la propaganda de la izquierda española tratándonos de convencer de que el problema de Cataluña lo ha creado un partido que apenas lleva unos meses de agónico Gobierno.
El terror de la derecha liberal a los métodos matonistas de la izquierda les hace también ser cómplices de este desastre en que se ha convertido la vida española. Lo primero que hizo Rajoy al llegar al poder fue poner a la ‘cejista’ Carmen Vela Olmos al frente de la Secretaría de Estado de Investigación, Desarrollo e Innovación. La mayoría de los antiguos cargos de confianza socialistas siguen en sus puestos, sin que nadie del PP se atreva a moverles la sillas. Nada regocija más a la izquierda para el cumplimiento de sus siniestros objetivos que la laxitud de sus oponentes, el debilitamiento de la autoridad y, más aún, la infiltración en algunos órganos de personas de su confianza.
Nada podrá hacerse contra esta terrible patología social que es el encanallamiento de la izquierda española si una parte del Estado, de la sociedad civil y de la derecha social no se comprometen a una lucha sin fisuras, eficiente y sistemática contra ella. Esa lucha mancomunada nunca será posible mientras haya tanta indolencia moral, tanto panfilismo ideológico y mientras existan sectores dentro del PP cuyo compromiso no sea proporcional a la gravedad del desafío.
Aunque soy consciente de la imposibilidad metafísica de que el PP se desmarque de este execrable sistema político, pero de entrada, si sus dirigentes se debieran al interés del conjunto y no de unos pocos, lo que tendría que hacer este partido sería la recomposición urgente de nuestras Fuerzas Armadas, poniéndolas al servicio de España y de su continuidad como destino histórico. Lo siguiente, demoler todo el proyecto de ingeniería social de la izquierda y apostar por las mismas fórmulas morales y humanísticas que hicieron posible el alumbramiento de premios nóbeles y genios españoles de fama mundial en cualquier campo de la creación humana. Lo último, reasumir el compromiso con los valores propios de la tradición española, sin los débiles y tramposos pertrechos ideológicos que han sido oficializados todos estos años.
Nuestro futuro está condicionado indefectiblemente a la forma como acometamos la gran tarea de la lucha contra la izquierda y sus cómplices nacionalistas, de tal suerte que logre modificar, mediante hechos, la realidad cotidiana y, con ella, la percepción que cada día tenemos más españoles de que vivir en España es hacerlo de la forma más indigna posible.
Con crisis o sin ella, nuestro país desde hace tiempo no tiene visión de futuro real, no hay una política clara de Estado, no hay voluntad de revertir el curso comatoso de esta enfermedad que a todos nos aflige. Es un error que el PP siga confiando en su política de pactos y de cesiones con los que alimentan la espiral de odio contra los millones de españoles que no pensamos como ellos. Es un error creer que esta izquierda no intentará volver al poder al precio que sea. En ello le va no solo la salud económica sino también la culminación de la gran tarea iniciada por Zapatero para la demolición del edificio que fue levantado sobre cimientos morales que son antagónicos al de ellos. Dicha demolición tiene en los dinamitadores catalanes a uno de sus principales protagonistas.
No son con paños calientes como se logra devolver la confianza a los ciudadanos, sino actuando a partir del convencimiento de que esos radicales que han tomado las calles de Cataluña no son sino la consecuencia de la grave enfermedad provocada por los cirujanos de guante blanco en 1978.
Que Mariano Rajoy y los dirigentes del PP mediten seriamente sobre si merece la pena embarcarse con los mismos amotinadores de siempre. Y si pese a las evidencias presentes e históricas deciden que sí, que entonces no se quejen cuando vuelvan a a naufragar en la islita de la oposición. Solo que esta vez será ya para siempre, sin que nadie pueda rescatarlo, porque no habrá Estado, ni Constitución, ni civilización, ni siquiera país que pueda resistir otra pasada por la izquierda.
Armando Robles.(alerta digital) 

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