viernes, 24 de febrero de 2012

La final de copa del Rey es deporte, no es politica, fuera los nacionalismos

Estamos de nuevo ante un debate, un debate cruel e innecesario, y es el estadio que tendra que acoger el final de la copa del Rey, no deja de ser una estupidez que se planteen estos problemas con la que esta cayendo, pero somos Españoles y eso marca siempre. Somos el Pais con mas paro y con mas exclusiones sociales, pero se vierten rios de tinta para escenificar lo que es un mero hecho deportivo sin transcendencia ninguna, salvo para los aficionados de ambos clubs, he leido montones de opiniones en diarios, he escuchado comentarios jocosos por una y otra parte, incluso el famoso cocinero Arguiñano ha dicho su tonteria, arropado por sus fogones, la tranquilidad de su trabajo, y sin disimular su vena nacionalista vasca.
Yo soy aficionado al futbol club Barcelona, pero esto no me convierte en Catalan que no lo soy, por lo tanto yo no silbo al himno Nacional y como yo resulta que hay miles, seguro tambien sin ninguna duda que habra Vascos que tampoco desprecian al himno Nacional ni a su Bandera, entiendo al Real Madrid por su decision y la respeto, porque tienen razon hay mucho cafre suelto y no merece la pena  que pongan en riesgo su estadio.
Con todo lo que he leido al respecto me quedo con una carta aparecida en el diario Alerta digital firmada por Armando Robles que habla de la final de copa que titula: LA PESTE PORCINA NO LLEGARA AL BERNABEU. Y dice asi:
A muchos les parecerá una irreverencia que hablemos de un partido de fútbol con la que está cayendo, pero es que este partido de fútbol no es ajeno a los chuzos de punta nacionalistas que han caida sobre la democracia española hasta convertirla en un barrizal. Y no sería porque algunos informes meteorológicos no nos lo advirtieran ya a mediados de los 70.
De todas las formas de peste porcina conocidas, parece que el Bernabéu se librará de la peor de todas ellas. Coincidirá la llegada de esta pandemia con la final de Copa entre los equipos del Barcelona y del Athletic de Bilbao. La ocasión la pintaban calva para que Madrid se llenase de aficionados radicales de uno y otro equipo. De todos los especímenes peligrosos que conforman la fauna futbolística española, ninguno como los charnegos acomplejados del Barça o los proetarras del Bilbao. Se trata de dos de los grupos de aficionados radicales más abyectos del fútbol europeo. Nacionalistas de distinto pelaje han clamado estérilmente para que el Bernabéu los alojara por unas horas, justo el tiempo que tardarían en corresponder a la hospitalidad madridista, primero con un concierto de viento contra los acordes del himno de España, destrozando después las gradas del legendario estadio y rematando su ‘hazaña’ con una violación en toda regla a la diosa Cibeles. Tal parece que no tendrán esa oportunidad.

Con motivo de la anterior final de Copa que juntó a esas dos aficiones, el líder de los populares vascos, Antonio Basagoiti, pidió que los proetarras de su Athletic fuesen protegidos por la Policía de eso que él llama “la ultraderecha”. Estas insólitas declaraciones de un político durante años amenazado por ETA nos alertó acerca de que los primeros síntomas del ‘síndrome de Estocolmo’ empezaban a hallar acomodo en el alma de algunos dirigentes vascos. Si Basagoiti no tuviese tan perdido el norte como el resto de los políticos liberales del PP, lo que de verdad debería haberle preocupado es el bochorno de miles de vascos como él boicoteando el himno de España y, nos guste o no, a la más alta representación institucional del Estado. De ahí la indignación de los madridistas cuando se planteó la posibilidad de que el templo de la Castellana fuera el escenario de otro aquelarre separatista como el de entonces.
Las emociones que provoca esta cuestión no las provoca únicamente la cuestión mórbida de la cara que pondrá el Rey ante el espectáculo de miles de cerdos cebándose con nuestro himno y a la vista de medio mundo. Lo peor es que esas voces, esos pitos, esos gritos, habrán sido promovidos y alentados por esos mismos cínicos que compartirán palco con don Juan Carlos. Hablo de ese nada Honorable Artur Mas con cara de esponja. Y de ese aseado Duran Lleida, que alecciona a los alcaldes de su partido para que se sumen a las mociones en favor de la independencia. Por cierto, el mismo Duran Lleida que, en los preámbulos de un partido que su Barça disputó contra el Osasuna, permaneció con sus aseados modales en el palco del Nou Camp mientras contemplaba arrobado la imagen de unos niños desplegando un mapa reivindicativo de los países catalanes. Hablo también de esos desvergonzados dirigentes atléticos que durante años impidieron que San Mamés recordara con un minuto de silencio a las víctimas de ETA o que acogiera partidos de la selección española. ¿Es ésa la gentuza que pide a Florentino Pérez deportividad y altura de miras? Pues va a ser que no.
Hace bien el Madrid en no ceder su estadio para que miles de canallas escenifiquen su odio a España. Pero hace mal en no decirlo abiertamente, propiciando las discusiones florentinas en torno a las débiles razones expuestas: que si un concierto, que si unas reformas, que si la celebración de la Décima. Lo que a muchos madridistas les hubiese gustado es que Florentino cogiera el rábano por las hojas y dijera alto y claro que en el Bernabéu no se silba el himno de España. Y punto. Como en la Scala de Milán no zapateará nunca Mariquiya ‘La terremoto’. Que aunque en España quedan ya pocas cosas que sean respetables, el Bernabéu sí que es una de ellas. Y si los corrompidos políticos españoles han fracasado en la pretensión constitucional de que los símbolos nacionales sean respetados por los propios españoles, que el madridismo no sea quien tenga que pagar los platos rotos.
No sé si el Rey percibirá la complejidad del momento que le tocará vivir otra vez con cara de póker; la coordinación de actitudes en las aficiones del Barça y del Atléti durante la interpretación del himno; la parcial interpretación de los hechos por parte de mansos como Basagoiti; el comprensible deseo de los valencianos de que ese partido se hubiese celebrado en Chernobyl y el diferente sentimiento de las razones del Estado para calificar como anécdota menor lo que inevitablemente ocurrirá en el estadio de Mestalla.
Cuando hay inseguridad en las razones, se suele caer en la tentación de minimizar los hechos, argüir que el rechazo al himno será sólo obra de un puñadito de exaltados que no representa a las aficiones del Atléti ni del Barça. El mismo cuento de siempre. Mentira sobre mentira de una clase política putrefacta y ya sin fe para nada grande, pero que sigue defendiendo su estatus. Porque si las aficiones del Barça y del Athléti fuesen tan cabales y sus legítimas razones deportivas estuviesen al margen de las de un grupúsculo de exaltados separatistas, ¿por qué entonces esos más no acallaron al puñadito de indeseables durante la final 2009, como lo hubiesen hecho, por ejemplo, las aficiones del Sevilla, del Valencia, del Madrid, del Betis o del Málaga?
Por todo lo anterior, es del todo lógico que la masa social madridista casi en pleno, propietaria además del club, no quiera que su estadio selle su nombre al de otro de los momentos más sonrojantes en la historia del fútbol español.
Como tantas veces ha sucedido en la historia de los pueblos, los sistemas políticos pueden o no consolidarse, o si lo están, pueden o no degradarse, oscilantes, entre crisis y desesperanzas hasta poner en quiebra el Estado. Lo que se pidió a los madridistas es la inhibición, el conformismo, la aceptación de la pandemia nacionalista en su propio estadio. Si este Estado carece de autoridad para que la norma escrita resulte en su aplicación, entonces que se suprima la Copa del Rey.
Se comprueba una vez más el fracaso que, para reglar la convivencia entre los españoles, ha supuesto una Constitución incapaz ya de servir a los nobles propósitos anunciados en su breve preámbulo. Y si alguien tiene dudas, que escuche el dictado de las gradas de Mestalla durante la interpretación del himno nacional de todos los españoles en la final de Copa. Claro que no será en el icónico Bernabéu. Y eso es lo que les jode tanto a muchos.
    

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